La historia del cambio radical de paisaje en el corredor costero Boca del Río-Alvarado tiene un último capítulo: el ofrecimiento de dinero de una desarrolladora inmobiliaria a pescadores para “privatizar” la Laguna de Mandinga y así tener el uso exclusivo para yates y embarcaciones deportivas.
Texto: Flavia Morales / La Marea
Foto de portada: Adrián Ciprés
VERACRUZ. – Donato heredó el oficio de la pesca de su abuelo y aún recuerda cuando hace 50 años recorría junto a él las calles de Mandinga, en Alvarado, que en ese entonces estaban tapizadas de conchas de almeja negra para evitar que el arena se levantara.
Eran tiempos de bonanza, cuando extraían toneladas de especies como ostión, jaiba y camarón de sus lagunas rodeadas de un frondoso bosque de manglar, extensiones de selva baja y dunas costeras que no habían sido alcanzadas por la mano de empresas constructoras.
Pero ahora el territorio se ha transformado. Mandinga y otras comunidades pesqueras del Alvarado ubicadas frente al Golfo de México viven presionadas por el boom inmobiliario que ha devastado parte de su paisaje cotidiano.
Las empresas desarrolladoras siguen empujando sus negocios inmobiliarios y hace ocho meses una de ellas hizo una oferta a pescadores que, en los hechos, implica monopolizar el uso de la laguna de Mandinga para actividades de diversión de sus clientes, con lo cual se pretende terminar con la pesca en el lugar.
“Nos ofrecían una cantidad de dinero”, contó un pescador llamado Rubén, integrante de la cooperativa de Mandinga. La oferta, según el grupo al que pertenece, fue de 90 millones de pesos aproximadamente para la manutención de 300 personas que viven de la pesca en la laguna.
“Tienen planes de hacer una marina, un club de yates y algo de motonáutica. Querían dar una cantidad por socio (de las cooperativas pesqueras de Mandinga), una cantidad que no te dura un año, y al nosotros recibir eso, teníamos que quitar lanchas y dejar la pesca”, aseguró otro pescador llamado José.
Esto implicaría poner en manos de una inmobiliaria parte del sistema Lagunar Mandinga, un cuerpo de agua con más de 3 mil hectáreas ubicado en la costa central del Golfo de México.
De acuerdo con la versión de los pescadores, el ofrecimiento lo hicieron representantes de el desarrollo Punta Tiburón, de la inmobiliaria DMI, con sede en Guadalajara, que fue construido a la orilla de la laguna y es el proyecto que mayor presión ha ejercido sobre el lugar.
En otro extremo de la Laguna está la comunidad de Mandinga, un pequeño poblado fundado por pescadores que sigue viviendo de la pesca artesanal y la oferta gastronómica.
La toma de contacto de la inmobiliaria con los pescadores de la comunidad es el último episodio en una región que ha cambiado radicalmente de 20 años a la fecha.
En las últimas dos décadas, el corredor costero de 16 kilómetros que une las cabeceras municipales de Boca del Río y Alvarado -del cual forma parte la comunidad de Mandinga y su laguna- se convirtió en la zona de mayor crecimiento comercial y plusvalía en Veracruz, tanto que la élite empresarial le ha llamado la Riviera Veracruzana, emulando al destino caribeño, la Riviera Maya.
Sobre las dunas y la selva baja, que forman parte del Sistema Lagunar Costero de Mandinga, ahora hay fraccionamientos de lujo, campos de golf, plazas comerciales y torres de condominios de 20 pisos desarrollados por constructoras de Monterrey, Guadalajara, o incluso familias de políticos con arraigo jarocho, como los Rementería.
La laguna pequeña es la que está junto a Punta Tiburón, la grande es la Laguna de Mandinga. Desplace el círculo blanco para ver el avance de la urbanización entre 2007 y 2022.
Una de las claves para este abrupto cambio del paisaje fue la compra de más de 800 hectáreas de empresarios a campesinos a precios tan bajos que, años después, los lugareños sienten que más que una operación de compra-venta, fue un despojo.
De hecho, es un antecedente que está presente en la memoria de los pescadores que recientemente rechazaron el ofrecimiento de Punta Tiburón.
Donato, un hombre que supera los 70 años, es uno de los lugareños que vendió su tierra en aquel entonces. Él reconoce que fue tentado por las fraccionadoras. En esa ocasión, la oferta dio frutos a los empresarios y, al igual que otros 90 ejidatarios, el pescador se deshizo de la tierra heredada por sus padres.
“En el ejido teníamos 900 hectáreas de tierra y dunas costeras. Mucho territorio, pero pensamos que no servía, en la arena no se podía sembrar y construir era muy caro. De haber sabido, la historia de este pueblo sería otra”, contó.
Lo dice porque cuando empezaron a llegar las fraccionadoras, ocho hectáreas se vendían entre 800 y cien mil pesos. Ahora 200 metros cuadrados en Mandinga pueden costar más de un millón de pesos y una casa en complejo Punta Tiburón, a unos metros de su casa, tiene costo mínimo de cuatro millones de pesos.
La especulación hizo inalcanzable para los lugareños comprar en su propia tierra. Según la Asociación Mexicana de Desarrollo Inmobiliario (AMPI) con sede en Veracruz, en solo una década la tierra pasó de costar 3 mil pesos el metro cuadrado a precios de escándalo: casi 8 mil pesos.
El primero en llegar a la zona fue justamente el grupo de Guadalajara DMI -que ha realizado diversos fraccionamientos de lujo en el país como Punta Tiburón- con el proyecto residencial, marina y golf, Punta Tiburón, que se apropió de la mitad del territorio de los pescadores.
Fue así como, en solo unos años, el ejido prácticamente desapareció y pasó a dominio pleno (propiedad) 849 de las 900 hectáreas comunales que ahora están en propiedad al menos cinco fraccionadoras que rodean la comunidad y en ellas hay desarrollos urbanos de cemento construidos sobre terrenos que antes eran selva baja y dunas costeras que fueron arrasadas.